Con esa romántica, gótica y rompedora frase nació El Manifiesto Comunista. Manifiesto que surgió del congreso clandestino celebrado en Londres en 1847. Mucho llovió desde entonces. Tanto que ya no estoy segura de que un fantasma recorra Europa sino que más bien es Europa la que se está convirtiendo en un fantasma dispuesto a engullir a los sorprendidos neoeuropeos como nosotros que vemos impasibles como se tiran por la borda conquistas sociales que fueron nuestro referente en los tristes años de la dictadura, que vemos como se incluyen en la Unión Europea a países que tienen una noción muy particular de lo que significa ser europeo. Y todo porque hay que hacer una Europa fuerte y abierta para plantar cara al gigante del norte, a los iu es ei. Pero, ¡ah, sorpresa!, ahora resulta que algunos de esos recien llegados no vienen con la idea de hacer una Europa más grande, sino con la misión de poner una pica en Flandes al servicio de los iu es ei. De acuerdo, de acuerdo, no es políticamente correcto hablar mal de Europa. Hay que creer en la idea de que Europa es el último bastión de la justicia social en el mundo, la última oportunidad para salvar al estado del bienestar. Ah que tiempos aquellos en los que, acabadas las barbaries de la gran guerra y la guerra mundial, se propusieron los europeos a crear esa maravilla de la Europa civilizada. Nosotros aún estábamos en el tercer mundo de la España cañí y por nuestras calles grises soñábamos con los tulipanes de Holanda, la solidez industrial de Alemania, el sentido de la libertad de Francia, la sobriedad sindical de la Gran Bretaña... El primer sablazo lo pegó la dama de hierro. Luego vino la caída del muro, bienvenidas sean todas las caídas de todos los muros, pero es cierto que el telón de acero no solo ocultaba las aberraciones de los regímenes totalitarios que descubrimos entonces, sino también las contradicciones y debilidades de nuestras izquierdas y claro, al abrir puertas y ventanas entra mucha luz y con tanta luz se ven los desperfectos. ¿Será por eso que los perfeccionistas y perfectos europeos votan ahora a las derechas?
No sé qué pensar. Siento temor a perder el estado del bienestar como todo hijo de vecino, sé que nuestro Continente es finito y no cabemos todos, trato de mirar ante todo por mi familia como cualquier ciudadano corriente. Pero... ¿es la solución expulsar a quienes consideremos que tienen menos derechos que nosotros? ¿en base a qué tienen menos derechos que nosotros, por el color de la piel, por la lengua que hablan, por el lugar donde nacieron? ¿acaso no somos muchos hijos de emigrantes que, como los que ahora llegan a nuestras ciudades, se aventuraron a abandonar sus lugares de nacimiento para mejorar, para progresar, para convertirse en ciudadanos respetados y respetuosos? Yo creo que la solución no es el apartheid. Yo creo que la solución es dar a todos la oportunidad de demostrar de qué son capaces. Yo creo que la solución pasa porque todos, europeos y emigrantes con vocación de europeos reiventemos el gran sindicalismo que dignificó a la Europa de la postguerra, para que el empresario usurero no abuse pagando sueldos bajos que hacen que el emigrante malviva y el europeo le odie por rebajar el estatus de los trabajadores. Yo creo que con buena predisposición podemos enfrentarnos a los capos que dominan el neoliberalismo europeo, para devolver a Europa su carácter civilizado y hospitalario. Yo creo que aún estamos a tiempo de que Europa no vuelva a la Edad Media. Y si yo creo todo esto, y lo creo de verdad, no entiendo como tantos ciudadanos europeos creen todo lo contrario ¿alguien puede explicármelo?
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