Esta mañana me he pasado de parada en el metro. Habría bajado en bici pero como los señores del bicing.com se han empeñado en negarme ese derecho porque no hay NUNCA ni una bicicleta en la estación de Horta, pues he tenido que bajar en metro. Claro que así me pierdo el placer de bajar en bici pero gano el de leer. Estoy leyendo un libro del que no había oído hablar hasta que lo vi en los escaparates, La Ladrona de Libros de Markus Zusak. Lo primero que llamó mi atención fue la fotografía de portada, niña pequeña con largas trenzas leyendo un libro enorme, no un tebeo como los demás niños. Me recordó a mí misma cuando leía a hurtadillas libros que no correspondían a mi edad pero que me apasionaban, aunque tampoco le hacía ascos a la literatura infantil. Me gustaban sobre todo los cuentos chinos, los de verdad no los de la metáfora, que me compraban mis padres en Sao Paulo porque por entonces creían a pies juntillas que la China de Mao era una de las grandes esperanzas de la humanidad, la otra era la Unión Soviética, qué iban a saber ellos de que por entonces ya no se hablaban los chinos y los rusos; lo segundo que yo también fui ladrona de libros en mi juventud, cuando no tenía un duro para comprarlos y muchas ganas de leer. Pero volviendo al libro, para aquellos que lo conozcan, iba por la parte en que se forma una gran hoguera de libros en medio de la plaza del pueblo y los peces gordos del partido nazi suben al estrado a arengar a las masas que gritan y se pisan entre ellas en un auténtico aquelarre macabro de deseo de destrucción. Calculo que mi parada debió pasar ante mí en el momento en que Liesel, al oír el discurso del jefe nazi recuerda y relaciona la palabra kommunisten con su madre desaparecida, su padre y su hermano muertos. Entonces se retira a los escalones de la iglesia a pensar y su padre adoptivo, que también se ha alejado de las masas enfervorecidas, se le acerca y la consuela. La escena alcanza su máxima capacidad para emocionarte y apretarte el corazón hasta tener que esforzarte para no llorar en público (porque si estás en casa puedes llorar a moco tendido que es muy sano), cuando Hans le pega un bofetón a la niña porque ésta, con una sencilla fórmula se da cuenta de que odia al Führer y lo expresa en voz alta.
Fórmula de Liesel:
UNA PEQUEÑA SUMA
La palabra "comunista" + una gran hoguera + un fajo de cartas
sin dueño + las desventuras de su madre + la muerte de
su hermano = el Führer
El hombre lo odia tanto como ella o más pero se ve obligado a abofetear a la niña porque si no aprende a callar de forma contundente le va la vida en ello. Cuando he podido volver a respirar me he dado cuenta de que hacía ya bastante rato que no me fijaba en ese señor y esa señora que nos anuncian la próxima parada, así que he cerrado el libro y he esperado expectante a ver qué me decían. ¡Me he pasado dos paradas! Podía haber hecho dos cosas: una, agobiarme y salir corriendo a coger el metro de retorno; dos, salir a la calle tranquilamente y llegarme al trabajo paseando relajada y saboreando la mañana. Como ya tengo una edad y llevo muchos años trabajando en esta empresa, me he decidio por la segunda. Me he colocado los cascos del MP4 y ¡vaya casualidad! suena Elegía de Miguel Hernández en la voz treintañera de Joan Manuel Serrat, una gozada. Ahí ya no he podido seguir conteniendo las lágrimas y las he dejado caer. Cuando oigo la voz entrañable del nano entonando aquello de "Yo quiero ser llorando el hortelano..." He llegado al trabajo hecha un desastre. Tarde, con los mocos colgando y encima se me ha corrido el rimmel. "Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera... " Y cuando dice aquello de "Volverás a mi huerto y a mi higuera..." me emociona pensar que he estado allí y he tocado la higuera de la que habla el poeta. Sin embargo, lo que me ha hecho pensar es la casualidad de estar leyendo un libro en el que se detalla la barbarie nazi, el deseo feroz y brutal de destruir al otro porque quienes mandan y ordenan les hacen creer que son distintos, y por otra parte tenemos a un hombre sencillo, Miguel Hernández, un gran poeta, un hombre libre, a pesar de haber sido encarcelado y destruído por quienes pensaban como los que quemaban libros, que escribe una de las poesías más bellas que he leido en mi vida y la dedica con toda su alma, sus vísceras y su sentimiento, a un hombre al que admira, respeta y ama, a pesar de que pensaba de forma muy distinta a él. Es como enfrentar un mundo en blanco y negro, aunque en este caso sería más fidedigno decir en negro y blanco. Qué curiosa es la condición humana. No he podido nunca entender como estando todos hechos de la misma materia podemos tener reacciones tan distintas ante estímulos comunes. Y no reivindico la uniformidad, por supuesto que no. Estoy orgullosa de pertener a una especie que es capaz de producir una amplísima diversidad en todos los aspectos, tanto físicos como intelectuales y metafísicos. Lo que no puedo entender es que alguien sea capaz de hacer tanto daño. Que una religión, una creencia política, un sentimiento de superioridad o inferioridad, un interés económico, etc., pueda llevarte a desear la destrucción del otro. Afortunadamente, en el mundo que me ha tocado vivir hay más Migueles Hernández que nazis, así que seamos optimistas y sigamos alimentando la solidaridad y el entendimiento pero no olvidemos que todos podemos caer en la barbarie si no alimentamos más la planta de la amistad para que no germine la semilla del odio y el desentendimiento que todos llevamos dentro. Vaya, que moralista he quedado al final, jajajaja... No os lo toméis a mal, cuando hago estos discursos no es con la intención de convertir a nadie si no de convencerme a mí misma.
4 comentarios:
Muy mal eres poco proactiva.
¿A qué te refieres?
A lo de relajarte en el paseo
No es que este más relajado, pero decirte algo obvio el hombre ha sido así siempre en la historia, las mayores barbaridades son propiciadas por nosotros y nuestros errores provocan llantos, odios y que se yo.
No seas muy cruel que hoy me levanto con la vena sensiblera.
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