Dice Albert Espinosa, gran guerrillero de la vida y la supervivencia, quien con un pulmón menos y su pierna hidráulica (que le devolvió la risa) se enfrenta a la muerte mirándole a los ojos y da brincos ante el sol para brindar con él por la alegría de seguir vivo, que existen unas personas, a las que él llama “els grocs” en su libro “El Món Groc”, que están más allá de los amantes, la familia, los amigos o cualquier tipo de relación afectiva, que puedes contactar con ellos un minuto, algunos días o toda la vida, pero que sea como fuere, te darás cuenta de que son especiales para ti, y viceversa.
Yo he conocido a unos cuantos “grocs” a lo largo de mi vida, pero si hay alguien que encarna para mí la figura de un “groc”, esa es Lillian Guridi.
Yo he conocido a unos cuantos “grocs” a lo largo de mi vida, pero si hay alguien que encarna para mí la figura de un “groc”, esa es Lillian Guridi.
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Nos conocemos desde hace mucho tiempo. Nos descubrimos por instinto y, aunque podemos dejar pasar años entre las dos, siempre, siempre volvemos. La última vez que nos vimos fue el pasado viernes. Yo le envié un e-mail algún día de la semana pasada diciendo:
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Dice un proverbio indio: No dejes pasar demasiado tiempo sin visitar a tu amigo, no vaya a ser que crezca tanto la hierba que ya no encuentres el camino.
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A los cinco minutos recibí una respuesta que decía:
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¿Dónde y cuándo?
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Me costó un resacón que tuve que sufrir el sábado por la mañana, pero fue tan hermosa la alegría de volver a encontrarnos, que se me ha ocurrido publicar aquí un cuento que escribí hace un montón de años y que, de cuantos lo leyeron, ella fue quien más lo apreció.
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Con un abrazo interminable, va por ti MariPili del alma.
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EL SUEÑO DE LA TÍA RITA
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A veces los sueños nos pueden; no recordamos qué pasó por nuestra mente durante la noche, pero al despertarnos nos sentimos tristes o alegres sin saber por qué. Esto nos ocurre, en mayor o menor medida, a todos. Sin embargo, lo que le ocurrió a la tía Rita fue diferente. Soñó que había amado y despertó preñada. Esa fue la explicación que ella dio a la familia y, aunque seguramente surgieron muchas dudas, nadie se atrevió a desmentirlo. Al fin y al cabo eran todos muy católicos y si le sucedió a la Virgen María, ¿por qué no podía sucederle a ella, tan pía y beata como demostró ser siempre? El caso es que, con dudas o sin ellas, la tía Rita mantuvo su versión y se acabaron las explicaciones.
A veces los sueños nos pueden; no recordamos qué pasó por nuestra mente durante la noche, pero al despertarnos nos sentimos tristes o alegres sin saber por qué. Esto nos ocurre, en mayor o menor medida, a todos. Sin embargo, lo que le ocurrió a la tía Rita fue diferente. Soñó que había amado y despertó preñada. Esa fue la explicación que ella dio a la familia y, aunque seguramente surgieron muchas dudas, nadie se atrevió a desmentirlo. Al fin y al cabo eran todos muy católicos y si le sucedió a la Virgen María, ¿por qué no podía sucederle a ella, tan pía y beata como demostró ser siempre? El caso es que, con dudas o sin ellas, la tía Rita mantuvo su versión y se acabaron las explicaciones.
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Ni el abuelo, aún dominante aunque ya más cerca de allá que de acá, ni el padre, severo y recto donde los hubiera, dentro de la casa porque fuera tenía dos amantes y gran fama en los burdeles, aunque eso no cuenta porque un hombre es un hombre, ni siquiera el hermano mayor, casado, padre de familia, mi padre, e incipiente experto en infidelidades conyugales, pero benefactor de la parroquia y respetable hombre de negocios, consiguieron que la tía Rita confesara otra versión que no fuera la de su prodigioso sueño.
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Naturalmente, no se dio a conocer el embarazo como fruto de la divina providencia. Las jerarquías de la iglesia aconsejaron, siempre tan pragmáticas cuando se trata de milagros que no estén inscritos en la Biblia, que no se comentara lo sucedido. Las mentes ignorantes no lo comprenderán y darán fruto a murmuraciones, dijeron, así que el consejo familiar, en el que las mujeres no tenían ni voz ni voto, decidió por unanimidad enviar a la tía Rita al cortijo, donde, bajo orden explícita de los patriarcas y siguiendo los sabios consejos del guía espiritual de la familia, el cardenal Yagüez, debía explicar a los sirvientes que se había casado con un embajador y que, dado su estado de gravidez, ella debía permanecer en el campo mientras su excelentísimo marido defendía la imagen de España por esos mundos de Dios. La vieja Enriqueta, al servicio de la familia desde mucho antes de que la tía Rita naciera, no se tragó la versión oficial, pero su rancia maestría en estos menesteres la obligó a guardar silencio y se limitó a felicitar a la señorita por tan magnífico enlace matrimonial. No faltó ningún detalle, desde el pesado anillo de oro, propio de su rango, que la tía Rita lucía en el dedo en el que deben llevarse, con orgullo y decencia, las alianzas matrimoniales, hasta la foto de boda, en la que podía verse a la novia vistiendo un hermoso traje blanco y la mantilla de encaje negra, testimonio mudo de su defectuosa pureza, con la que habían comparecido al altar su madre y antes de esta su abuela, cogida del brazo de un apuesto galán de comedias de tres al cuarto que se prestó amablemente al engaño, a cambio de un enchufe en una compañía de teatro de la capital.
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Cuando el niño nació, sano y hermoso como un becerro, todo fueron alegrías en el cortijo. Las manos de Enriqueta, poseedoras de una sabiduría ancestral transmitida de madres a hijas desde los tiempos de Eva, ayudaron al niño a venir al mundo y prepararon un consistente caldo de gallina para la señorita que no solo sufría de los achaques propios de haber parido a una criatura de cuatro kilos y medio, sino que, además, cayó presa de la melancolía. Por primera vez, desde que la poseyera el sueño de los prodigios, era consciente de la realidad. Su hijo no tenía padre y nadie, ni siquiera la iglesia, estaba dispuesto a aceptarlo como al nuevo Mesías. Todo se arreglará chiquilla, susurraba Enriqueta al oído, aturdido por su propio llanto, de la tía Rita.
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Tras muchos tazones de caldo y los cuidados incansables de Enriqueta, la tía Rita recuperó la sonrisa y se preparó en cuerpo y alma para llevar a su hijo ante los ojos de Dios y bendecirlo con el bautizo que le permitiría entrar en el mundo de los cristianos, a pesar de su dudosa procedencia.
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El cortijo amaneció vestido como para ir de verbena. En sus alrededores, un extenso parque móvil evidenciaba la posición social de familiares e invitados. Los niños, ellos con sus trajes de terciopelo y nosotras con nuestros vestidos de organdí y nuestros zapatos de charol, correteábamos entre las flores, bajo la mirada complaciente de nuestros respetables padres. Las mujeres de la familia rodeaban a la joven madre, tratando de animarla para que su tristeza no delatara la verdad que empujaba por buscarse un hueco entre los invitados, que murmuraban extrañados de que el insigne embajador no se hubiera dignado a asistir al bautizo de su primer hijo. Y los patriarcas, preocupados ante las insistentes murmuraciones, planeaban en la bodega, al amparo de un buen barril de fino, los pasos a seguir para evitar que las sospechas se convirtieran en certera evidencia. Convencer a sus amistades de que la niña se había casado casi en secreto durante una breve estancia en la capital, resultó harto difícil, pero nada podría compararse con la dificultad que comportaría hacerles creer que el niño tenía un padre, si éste se empeñaba en permanecer ausente durante demasiado tiempo.
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El abuelo, entendiendo que el engaño se veía cada vez más desnudo, apostó por buscar un marido. Algún pariente lejano que se preste a mantener esta comedia, dijo, y, si fuera necesario, a trasladarse a vivir a las Américas, llevándose a su esposa y a su supuesto hijo. El padre dudó, al fin y al cabo, pese al disgusto que la situación le causaba, la tía Rita era hija suya y no le hacía gracia la idea de perderla para siempre. El hermano mayor, ni dudó ni aceptó la solución. Se sabía heredero universal del patrimonio familiar en tanto en cuanto él fuese el único hijo decentemente casado y su hermana, dada su situación de madre soltera, no tuviera otra opción que depender de él. Los hermanos restantes no eran obstáculo, Agustina entró en la orden de las hermanas del Sagrado Corazón, bajo los auspicios de la abuela que temía que también ésta llegara a tener un sueño que la dejara en el mismo estado que a su hermana. Narciso por su parte, apenas tenía doce años y un cerebro incapaz de valerse por sí mismo. Su madre siempre achacó la desgracia a la conducta lasciva de su marido y éste, dando muestras de sentirse ofendido, dijo a mi abuela con motivo del sueño fornicador de la tía Rita: También esta desgracia habrá sido por mi culpa, a lo que ella, pía pero no tonta, le contestó, Quien sabe, Ricardo, quien sabe.
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En esta disyuntiva se encontraban los Sres. De Sáez y Carrión, cuando el alboroto de gritos, risas y ruidosas exclamaciones alertó la atención de los tres a la vez. Por orden de juventud y brío fueron saliendo al exterior, primero Ricardo tercero, después Ricardo segundo, y por último Ricardo primero, cuyas piernas no le permitían seguir el ritmo de su curiosidad. Más allá de la mesa, en la que todo estaba preparado para la celebración del gran banquete, se arremolinaban los invitados, dando saltitos los de menor estatura que no querían perderse ni un ápice del espectáculo. Ricardo tercero se apresuró hacia el corro de gasas que volaban como mariposas a su alrededor y, sin brusquedad pero con energía, se abrió paso hasta el centro. En mitad de todo el jolgorio, un hombre apuesto, embutido en un elegante traje italiano, bajaba sonriente de un coche deportivo, saludando a diestro y siniestro, apretando manos masculinas y besando las femeninas con gracia estudiada. Ricardo tercero lo reconoció al instante y a punto estuvo de traicionarse diciendo, ¿Qué coño haces tú aquí? Sin embargo, supo contener su ira. La fotografía de boda que presidía el salón de invitados del cortijo no dejaba lugar a dudas. Era el embajador, el marido de la tía Rita.
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La fiesta siguió su curso. Todos los invitados cambiaron sus malignas murmuraciones por expresiones de admiración y felicitaciones a los cónyuges. Solo los tres Ricardos se carcomían por dentro, el primero por haber dado inicio a una saga de estúpidos farsantes atrapados en su propia mentira, el segundo por no entender nada de cuanto sucedía, ¿cómo podía haber llegado aquel comediante de media pena a presentarte en su propiedad con aspecto de auténtico embajador?, y el tercero porque veía peligrar los planes que tenía en la cabeza para cuando llegara a ser el único heredero de la fortuna familiar. La tía Rita por su parte, era quien menos entendía qué estaba pasando, sin embargo se sentía plena de una repentina felicidad. Había pasado tanto tiempo fingiendo estar casada con el hombre de la fotografía, que creía quererle de verdad, además, era tan guapo. Enriqueta se quitó de encima el servilismo de largos años y abrazó a su niña sin reparos, murmurándole al oído, Te dije que todo se arreglaría chiquilla.
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Agustina no pudo asistir a tan espléndida escena, lástima, con lo sentimental que era. La clausura es la clausura. Narciso, sin entender qué pasaba pero comprendiendo que aquel barullo significaba felicidad, daba palmadas al aire y babeaba satisfecho. La madre de tía Rita contemplaba la reacción de todos con comedida serenidad. Enriqueta empezó a comprender. Se acercó a su señora y la abrazó. Para sorpresa de todos los presentes, la señora se dejó abrazar. Resultaba todo muy extraño, cuanto menos, nada habitual. Tras un largo abrazo a su joven esposa y un descarado beso en los labios, el embajador encaró a los tres Ricardos y los saludó, al primero muy respetuosamente, al segundo con fingido aprecio y al tercero con socarrona camaradería.
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Al caer la tarde, cuando los invitados empezaron a desfilar hacia los autos, no sin antes felicitar a los jóvenes esposos y desear todos los bienes del mundo al recién estrenado cristiano, Doña Elvira, mi abuela, se acomodó en el porche para contemplar a su hija con el niño en su regazo, el abrazo amoroso de su marido alrededor de sus hombros y el pecho henchido de felicidad. Don Ricardo primero ordenó que le ayudaran a retirarse a sus aposentos, Ricardo tercero se despidió de todos con los dientes apretados para no delatarse, me cogió de la mano y tiró de mí con rabia haciéndome subir al auto a trompicones, luego dirigió una severa mirada a mamá porque se le escapaba la risa y arrancó, haciendo rugir al Hispano Suiza como un rinoceronte herido y levantando una nube de polvo que nos persiguió hasta la carretera general.
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Una vez se quedaron solos, Don Ricardo segundo se acercó a su esposa con paso vacilante por los efectos del susto y el fino. ¿Qué vamos a hacer ahora, mi vida? Nada, Ricardo, nada. Tú le diste un hijo y yo le he dado un marido. Estamos en paz.
9 comentarios:
Jo que fuerte....no me esperaba el final, es superimpactante y muy,muy bien escrito...
A mi me ha recordado a literatura sudamericana ...de esas historias Garcia Marquez con sagas familiares,con secretos, milagros ,etc
Muchisimas felicidades, aparte de tus estupendos post solidarios y revolucionarios deberias dejarnos leer tambien este tipo de historias
Te juro que me ha encantado ...repito muy bien escrita
Un beso
Gracias Azul, muchas gracias. No hay mayor satisfacción para alguien que hace algo que el echo de gustar a las buenas gentes como tú.
Un beso
El cuento sigue siendo genial!
El viernes al subirme al taxi le digo: "frsaso affibau" al taxista quien se gira y con una sonrisita cabrona me dice: "vamos buenas, eh?" a lo que le respondí "ej ke no tengo coshtumbre!" je je, sí el resacón fue de los antológicos, espero que no dejemos pasar tanto tiemp pa repetirlo. Besos de tu Groc...
Hostia Lillian, ¡qué alegría volver a tenerte por aquí peazo de Groc, jajaja!
No, no dejemos pasar tanto tiempo a ver si la hierba que crece tanto va a ser la que nos coloca y por eso vamos mareás, jejejeje.
Un besazo.
Julia, felicidades, que cuento tan bien escrito. Me ha gustado muchisimo, todo el cuento en si, es genial, la narrativa, la descripción, un cuento lleno de detalles que hacen que uno no pueda dejar de leer hasta el final.
Yo también creo que deberías publicar más a menudo este tipo de escritos. Estoy segura que a parte de cuentos tienes otros muchos escritos guardados, verdad que si?.
Si te tuviera delante ahora mismo, te daría un fuerte abrazo. Lo reservaré para cuando llegue el dia de conocernos, que por cierto, ¿para cuando es?.
Un beso y de nuevo Julia, te felicito por tu cuento. Espero con ansia que publiques pronto el próximo.
Otro beso
Gracias Nerim, sí tengo muchas más cosas escritas pero siempre he sido muy indisciplinada y no me lo he tomado demasiado en serio, a ver si ahora que tendré más tiempo libre logro encontrar el equilibrio y le dedico el tiempo que debiera haberle dedicado desde siempre.
Pues nos veremos pronto porque si nada se tuerce, la semana próxima es la última que trabajo, así que a partir de junio ya podremos quedar para tomar unas cañitas en la playa. A que mola.
Un fuerte abrazo para ti también y hasta muy prontito.
Ser "groc" es una actitud , una forma de entender el entorno y a los que entornan.Creer en los matices de la gama cromática , y no en el blanco o negro.Porque la vida debe ser impredecible y como tal , cuantos más grocs , más probabilidades hay de que así sea.Gracias Lillian por recomendarme la lectura de este apasionante capítulo . Tu BR7 te quiere cada día más...
Hola BR7, bienvenido a estas páginas. Vuelve siempre que quieras.
Estoy de acuerdo contigo en lo de los colores y la actitud ante la vida y también en que ambos queremos a Lillian cada día más.
Saludo virtual Julia , gracias por tu pronta respuesta y por tu invitación perenne a la participación.Me da que tu también eres BR , lo que desconozco es tu número , pero..lo importante es que lo seas! ; )
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