19/5/09

Un cuento para Nerim


LAS NIÑAS MALAS
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Tienes que ser buena, mi vida, que las niñas buenas van al cielo y...
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Las malas a todas partes.
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Mamá clavó la mirada en tía Angustias con tal intensidad que creí que la traspasaría.
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¿Quieres no meterte en lo que no te importa? Anda, cariño, ve a estudiar a tu cuarto que tu tía y yo tenemos que hablar.
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Pero mamá...
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¡Chitón! Arriba te he dicho.
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Como en tantas ocasiones, bajé la cabeza con rabia y una mueca de orangután en los labios. Antes de llegar al recodo de la escalera, donde se perdía de vista el salóncomedor sin embargo, flexioné las rodillas y miré a tía Angustias que, sentada en el puff que ella misma habría traído de Marruecos, correspondía a mi mirada dedicándome una hermosa sonrisa y un guiño de sus ojos azul porcelana por encima de las gafas a media nariz. En ese instante, mamá la alcanzaba y le ponía una mano en el hombro, a lo que ella respondía con gesto cansino como diciendo ya estamos otra vez. Salté el resto de peldaños de dos en dos por no oír los reproches de mamá, archiconocidos por cuantos habitábamos en la casa. Apenas oí sus primeras palabras, Tú haz lo que quieras con tu vida, pero con la niña no te metas.
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Que absurda era mamá. Nadie se metía con la niña más que ella misma, que no me dejaba respirar. Toda su obsesión era, según supe años más tarde, que estudiara y estudiara para que nunca tuviera que perder la vida limpiando culos y sirviendo a un hombre. Pobre, con lo fácil que hubiera sido relajarse y dejarme en manos de tía Angustias para lograr su objetivo. ¡Eso nunca!, me contestó airada cuando se lo comenté, poco antes de que nos dejara. Ahora comprendo que la rabia contra su hermana era debida a la envidia y cederme a mí, su primogénita, era dejarlo todo en sus manos.
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Mamá y tía Angustias se llevaban poco tiempo, apenas diecisiete meses. Sin embargo, desde que ambas alcanzaran la pubertad, se erigía un muro entre las dos. Muro que para mi madre era de contención y para tía Angustias la libertad. Ella estaba al otro lado. Mamá siempre la envidió por ello pero no fue nunca capaz de seguirla. No tenía su tesón ni su suerte. Una vez que lo intentó lo hizo tan mal que de aquél traspiés nací yo. Desde entonces se pertrechó en su escaso espacio vital y construyó a su alrededor una rígida moral que justificara su existencia. Llegó a convencerse a sí misma de que su proceder era el correcto y su obligación redimir a su hermana pequeña. Al fin y al cabo, pese a su triste desliz de juventud, ella había sido capaz de formar una familia y ¿qué tenía su hermana? Su gran contradicción era precisamente cuanto anhelaba librarse de esa familia que la oprimía el alma. Tía Angustias, sin embargo, fue siempre un animal de vuelo largo, imposible de apresar. ¿Cómo se les ocurriría a papá y mamá llamarte a ti Consuelo y a mi Angustias?, solía decir mi tía con sarcasmo cada vez que se discutían. Entonces mamá se encerraba en su cuarto aquejada de una terrible jaqueca, mientras tía Angustias desaparecía por una temporada sin que nadie supiera de ella, hasta que por fin volvía a nuestras vidas y con ella la legría. Traía un sin fin de regalos divertidos y largas historias que, menos mamá, todos escuchábamos embelesados. Aquello empeoraba las cosas hasta que mamá, convencida de que su hermana le robaría hasta el marido, nunca tuvo esa suerte, le planteó a papá la necesidad de que nos mudáramos, Es una mala influencia para la niña, le dijo. Y papá, que de buena gana hubiera deseado ser capaz de imponer su voluntad, bajó la cabeza una vez más y se resignó a cambiar la comodidad del viejo caserón de los abuelos por un piso estrecho en las afueras del pueblo.
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Odié a mi madre durante mucho tiempo por ello. También odié a papá por no haber sido capaz de defender su punto de vista y a los niños porque hacían mucho ruido para un piso tan pequeño. Cuantas veces deseé que papá abandonara a mamá y a los niños y nos fuéramos los dos a recorrer el mundo con tía Angustias. Aún recordaba los tiempos en que era un hombre divertido y cuando se juntaban la tía y él, me hacían reír sin parar con sus bromas y sus chistes. Me arrepentí de ello muchas veces y tuve miedo de ir al infierno cuando mamá se puso enferma y no hacía más que gimotear doliéndose de que iba a morir y a dejar huérfanos a sus niños. Cuando finalmente murió, tras casi tres años de cruel enfermedad, ya no temía ir al infierno. A los diecisiete años había logrado por fin aclarar mis ideas respecto a la fe y la eternidad. Sin embargo, sí lloré desconsoladamente su pérdida, no tanto por quedarme sola con papá y cuatro niños a mi cargo, sino por la lástima que sentí al darme cuenta de que fue una desgraciada toda su vida y se fue demasiado pronto para que yo pudiera echarle una mano y ayudarla a ser feliz.
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Papá estaba hundido, no era hombre capaz de afrontar situaciones tan duras. Cuando, un año antes de su muerte, decidí que mamá estaría mejor en el viejo caserón, ni siquiera contestó. Me miró con los ojos vacíos y se encogió de hombros dejando que asumiera yo toda la responsabilidad. Tía Angustias vivía en la capital, a donde se había trasladado desde que aprobara las oposiciones para una cátedra en la Central, y cuando la llamé para decírselo, tardó apenas unas horas en presentarse en la casa y ayudarme a trasladar a mamá. Por suerte y pese a las insinuaciones de papá, tía Angustias no consintió nunca vender la vieja casa que los abuelos dejaron a las dos hermanas y mamá tenía sus dudas, Mujer, si la vendéis, con tu parte podríamos mudarnos a una casita más acogedora. Papá decía sufrir en aquel piso que le obligaba a dormir lejos de la tierra, Es que tener esto es como tener un trozo de aire, no es nada, además los niños crecen y..., ya sabes. Mamá fruncía el ceño y contestaba de mala gana, No sé... ya lo pensaré.
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Yo también deseaba abandonar aquel piso, sin embargo la idea de perder la casa de los abuelos me horrorizaba. Allí estaban todos los sueños de mi infancia impregnando las paredes azul celeste de mi habitación; los peldaños que crujían a cada paso y llevaban a la buhardilla, mi rincón más preciado, donde se guardaban las reliquias familiares, un viejo disfraz de princesa de mamá y otro de pirata de tía Angustias, mi favorito para desesperación de mamá; el patio en el que había un aljibe que yo convertí en el pozo de los deseos y tiraba monedas, a escondidas de mamá que era muy ahorrativa, que se perdían en el fondo negro y húmedo; los limoneros con cuyas flores hacía mamá unas guirnaldas que colocaba en mi pelo disfrutando de lo linda que estaba su niña, hasta que un día llegó tía Angustias con una cerveza en una mano y un cigarrillo encendido en la otra y, riéndose a carcajadas, le dijo, Anda, quítale eso a la niña que se parece a Ofelia, la pobre. Mamá se enfadó y le contestó con amargura, Desde luego, qué ordinaria eres hija, no tienes ni pizca de sensibilidad. Sin embargo sí tenía. Los últimos meses de la enfermedad de mamá, tía Angustias demostró tener mucha sensibilidad. Abandonó su trabajo y permaneció a su lado durante interminables horas, sin ayuda de papá que deambulaba por la casa como una sombra regocijándose en su propia pena. Tía Angustias asumió con valentía la enfermedad de su hermana, animándola y cuidándola con ternura, procurando que nada le faltase y obligándome a salir porque, decía, Esto es cosa de los mayores, tú tienes que divertirte.
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Al año de morir mamá, tía Angustias vino a pasar el verano con nosotros y trató de convencerme para que me fuera a la universidad, pese a los reproches de papá que decía necesitarme para sacar adelante a la familia, Búscate una mujer y cásate de nuevo, oí que le decía en tono severo una noche que creían estar solos. Los niños jugaban en la calle y yo, que había salido al cine, volví antes de tiempo, cansada de tiros y bofetadas y dejando a James Bond con la palabra en la boca, No puedes obligar a la niña a arruinar su vida en este agujero, ¿qué quieres, que sea una desgraciada como su madre? No te consiento que hables así de Consuelo, contestó papá tratando de demostrar una autoridad de la que carecía. Y yo no te consiento que conviertas a mi sobrina en otra víctima, si no hubieras preñado a mi hermana a los diecisiete años y mi madre no hubiera cometido la estupidez de obligarla a casarse contigo, tal vez aún estaría viva. Qué mala eres, respondió mi padre echándose a llorar. Sí, cuñado, sí, soy mala, muy mala, pero no he hecho nunca daño a nadie, tú sin embargo hiciste desgraciada a mi hermana y ahora quieres hacer lo mismo con tu hija. No tienes ningún derecho a obligarla que se quede y no consentiré que lo hagas.
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Me quedé paralizada en la oscuridad, a cuatro pasos de la cocina donde se decidía mi vida y con los sentimientos zarandeados violentamente por sangrantes contradicciones. Mi tía parecía tener razón, pero mi padre lloraba y eso me partía el alma. Ella sin embargo se mostraba inflexible como una piedra, Ahora lloras ¿por qué no lo hacías cuando te ibas de juerga con los amigos y dejabas a mi hermana comida por la pena y maldiciendo la hora en que te cruzaste en su camino? Entonces eras un hombre alegre, el más chistoso del pueblo, ¿te acuerdas? Y tenías a tu mujer enterrada en vida cuidando a los niños que tú, buen semental pero mal padre, tuviste a bien engendrar para mantenerla atada a tu vera.
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Las palabras de mi tía me devolvieron a la memoria escenas que apenas recordaba, ¿otra vez te vas?, Venga mujer, si a ti lo que te gusta es quedarte en casa y demostrar a todo el mundo lo buena madre que eres, ¿qué quieres, que me quede aquí a llorar contigo y a aguantar los reproches de tu madre? Entonces la abuela aún vivía y siempre le echaba en cara a papá su comportamiento, Eso es lo que tú buscabas cuando te aprovechaste de ella, pegar el braguetazo y vivir de la sopa boba a expensas del sacrificio de su padre, Dios lo tenga en su gloria. Vives como un marajá y encima la dejas y te vas por ahí. A saber con que pelanduscas pasas las horas mientras tu mujer te lava y plancha las camisas. ¡Por Dios, calla mamá!, protestaba mi madre que defendía a su marido porque no hacerlo era reconocer su propio fracaso. Papá entonces aprovechaba la ocasión y se escabullía con descaro dejando que madre e hija le cubrieran la retaguardia con sus propias discusiones.
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Cuando papá regresaba de sus interminables juergas, mamá le suplicaba que se pusiera a trabajar y buscaran otro sitio para vivir, con la esperanza de que su matrimonio mejoraría, segura de que la testarudez de la abuela era lo que provocaba sus largas ausencias. Sin embargo, cuando murió la abuela las cosas no cambiaron. No fue hasta que dos primos hermanos, que compartían la propiedad de las tierras con mamá y tía Angustias, pusieron a papá entre la espada y la pared y le obligaron a aceptar el trabajo de administrativo que se le ofrecía en la compañía de la luz. Nacieron varios niños más y papá, cuyo sueldo no era boyante, se vio obligado a trabajar muchas horas porque mamá había aprendido a negarle dinero de los beneficios de las tierras. Decía que debían guardarlo para marcharse de allí.
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Cuando nos mudamos al piso, mamá se sintió dueña de la situación y fue imponiendo poco a poco su autoridad sobre un marido que no era ni la sombra de lo que fue desde que los amigos se fueron dispersando y los señoritos no contaban ya con él. Papá se tornó aburrido y huraño y mamá convirtió nuestro hogar en un mundo austero y estrecho, sin más alegría que las Navidades estilo El Corte Inglés, en las que los niños disfrutaban de sus juguetes y yo echaba de menos la presencia de tía Angustias y los chistes de papá. Si no hubiera sido por la discusión que con él mantuvo mi tía aquella noche, nunca hubiera recordado que antes de ser su víctima, papá fue el verdugo de mamá.
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Pese a las lágrimas de papá, logré dejar el pueblo y decidir qué hacer con mi vida. Mi padre no tardó en volver a casarse gracias a la propiedad que tía Angustias dejó a nombre de mis hermanos para que nada les faltara. Ella se trasladó a la ciudad definitivamente y lo mismo hice yo, que sigo visitando la casa por Navidades. Hoy, gracias a tía Angustias, creo ser una mujer libre y mi hija, a quien mi tía me prohibió tajantemente que le pusiera su nombre, ríe divertida cuando le digo que las niñas buenas van al cielo y las malas a todas partes.
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8 comentarios:

azul dijo...

Bueno ...a mi querida Julia se me hacen cortos estos relatos....me interesa que pasa con todos los personajes ...y tú de alguna manera los culminas...

Esperando un nuevo relato, no se si soy la primera pero me siento una total seguidora de estas historias que cuentas

Un beso

azul dijo...

Ah por cierto que tienes que pasarte por mi blog que te deje una cosita ...

Graciaaaaaaas !!

Luis Llorente dijo...

Me has dejado sin palabras Julia, la verdad no sé que decir,largo (como que siempre que te lanzas)e intenso

Julia dijo...

¡¡¡Muchas graciaaaaaaas!!!

Eh, que conste que lo he publicado porque me han provocado, ¿eeeeeh?

Pues eso, todavía tengo unos cuantos más, pero no voy a abusar de vuestra paciencia y resistencia. Otro día será.

Muchos besos a todos.

azul dijo...

Hola Julia perdona no habia visto que ya habías recogido el premio, era eso ...pero como tambien discutes con tu alma te dedico el post ....

Para mi no abusas de tus relatos, no voy a decir que me hayas sorprendido porque normalmente ya escribes muy bien pero ha sido gratisimo conocer otros recovecos de tu persona

Un beso

Paquita dijo...

Sigue regalándons estos relatos que con tanto realismo los expones.


Un abrazo.

Nerim dijo...

A mi si que me has dejado sin palabras querida Julia. Primero cuando leí el título, muchisimas gracias por dedicarmelo, no sabes cuanto me he emocionado,y luego cuando he leído el cuento.

Casi, casi, estaba yo ahí detras,escondida en un rincón, aplaudiendo a la Tia Angustias y angustiandome por la infelicidad de Consuelo. Y alegrándome por la emancipación de esa niña en la que me he visto reflejada en su lucha por llegar a ser una mujer libre.

Yo tuve a mi abuela, y por desgracia me duró poco. Murió cuando yo tenía apenas 10 años, pero fue tan grande su influencia en mi, que llevo su recuerdo y su ejemplo tatuado en mi mente y en mi piel.

Magnífico cuento Julia, si el primero me gustó, no veas como me ha gustado este.Ojala y hubiera existido una Tia Angustias en todos los hogares de
españa, otro gallo hubiera cantado.

Sigue escribiendo Julia, que lo haces maravillosamente bien.


Un beso muy grande

MaryLou dijo...

Precioso!!

Felicidades, Julia.

Un beso