Érase una vez un país en el que las mujeres eran tratadas como útiles objetos con poquísimos derechos. Para gestionar cualquier cosa trascendente en su vida, debían contar con la autorización paterna o la del marido. Las que no pasaban por el aro, nunca mejor dicho, del matrimonio, se veían rechazadas al escarnio de ser consideradas putones verbeneros en caso de mantener relaciones sexuales, o tristes solteronas merecedoras de lástima en caso de que no las mantuvieran o supieran cómo hacerlo sin que nadie se enterara, que las clandestinidades enseñaban hasta a esconder relaciones entre hermosas viudas y licenciosos sacerdotes, o a que mujeres muy respetables tuvieran una doble vida y se sacaran un sueldecillo a cambio de algún que otro favor, ná, pa comprarse unas medias de cristal na más. En cambio, las que accedian a asumir el rol para el que se consideraba que había nacido toda mujer, se casaban y se convertían en la reina de la casa que consistía en lavar hasta descarnarse los nudillos, limpiar culos, amamantar cuantas criaturas quisiera darles Dios, obedecer al marido so pena de ser rechazada por propios y extraños de no acatar las costumbres que regían como leyes, vestirse y peinarse a gusto del dueño, o sea el marido, guardarse muy mucho de mirar a otro hombre que no fuera el suyo, estar siempre disponible para satisfacer las necesidades carnales de su marido (es mi hombre, si me pega me da igual…) y todo eso con una sonrisa de satisfacción en los labios, que ya estaban las coplas, las películas en blanco y negro, las novelas de la radio y Corin Tellado para hacerles entender cuan felices eran, aunque a veces les costara tanto creerlo, en comparación a aquellas desgraciadas que vertían lágrimas y lágrimas de purpurina, se desgañitaban y se estrujaban las manos con gestos exagerados de desesperación para que toda hembra decente entendiera que apartarse del camino recto era la mayor desgracia que podía pasarle a una mujer. Ese era nuestro país.
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Existía una mano de obra muy barata que se reventaba a trabajar a destajo en insalubres fábricas, se jugaban la vida colgados de andamios hoy día inimaginables en las obras, o se les secaban los sesos trabajando de sol a sol en los campos a cambio de una paga que no les llegaba ni para alimentar a la familia. Y si alguien enfermaba, pues se le dejaba ir porque Dios así lo quiso ya que a los médicos había que pagarlos. En las ciudades esa mano de obra barata sobrevivía en oscuros e insalubres pisitos (ríete de los de 30 metros cuadrados de la exministra) o en barracas sin agua, ni luz, ni las más elementales señas de eso que ahora llamamos comodidad. Los niños y las niñas empezaban a trabajar a los catorce años según la ley, aunque en realidad muchos de los que yo conozco empezaron a los doce. (recomiendo leer La Ciudad de los Prodigios, Por los Campos de Níjar y otras joyas de la literatura en las que queda bien descrito cuanto digo). Ese era nuestro país.
Existía una mano de obra muy barata que se reventaba a trabajar a destajo en insalubres fábricas, se jugaban la vida colgados de andamios hoy día inimaginables en las obras, o se les secaban los sesos trabajando de sol a sol en los campos a cambio de una paga que no les llegaba ni para alimentar a la familia. Y si alguien enfermaba, pues se le dejaba ir porque Dios así lo quiso ya que a los médicos había que pagarlos. En las ciudades esa mano de obra barata sobrevivía en oscuros e insalubres pisitos (ríete de los de 30 metros cuadrados de la exministra) o en barracas sin agua, ni luz, ni las más elementales señas de eso que ahora llamamos comodidad. Los niños y las niñas empezaban a trabajar a los catorce años según la ley, aunque en realidad muchos de los que yo conozco empezaron a los doce. (recomiendo leer La Ciudad de los Prodigios, Por los Campos de Níjar y otras joyas de la literatura en las que queda bien descrito cuanto digo). Ese era nuestro país.
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¿Éramos felices? Sí, ¿por qué no? ¿Acaso no rien sonoramente con sus bocas desdentadas tantas criaturas víctimas de la miseria en todo el mundo? La felicidad es muy relativa, todo ser humano necesita reirse de vez en cuando para sobrevivir. Sin embargo, no podemos convertirnos en unos cínicos y obviar todo el sufrimiento que hay detrás de esas breves risas. Lo mismo debiéramos hacer con nuestro país. No debiéramos ser tan irresponsables como para decir que entonces éramos más felices, que entonces se vivía bien. No se vivía bien. Solo los ricos vivían bien. Y probablemente ni siquiera esos, porque eran tantas las injusticias que cometían día a día, que no me extrañaría que más de uno sufriera horribles pesadillas por las noches, al menos así debiera ser si tenían alguna sensibilidad. No había piedad. A los padres ricos les importaba un pimiento si los hijos de los padres pobres comian o no, si iban a la escuela o eran explotados en las fábricas. Ese era nuestro país .
¿Éramos felices? Sí, ¿por qué no? ¿Acaso no rien sonoramente con sus bocas desdentadas tantas criaturas víctimas de la miseria en todo el mundo? La felicidad es muy relativa, todo ser humano necesita reirse de vez en cuando para sobrevivir. Sin embargo, no podemos convertirnos en unos cínicos y obviar todo el sufrimiento que hay detrás de esas breves risas. Lo mismo debiéramos hacer con nuestro país. No debiéramos ser tan irresponsables como para decir que entonces éramos más felices, que entonces se vivía bien. No se vivía bien. Solo los ricos vivían bien. Y probablemente ni siquiera esos, porque eran tantas las injusticias que cometían día a día, que no me extrañaría que más de uno sufriera horribles pesadillas por las noches, al menos así debiera ser si tenían alguna sensibilidad. No había piedad. A los padres ricos les importaba un pimiento si los hijos de los padres pobres comian o no, si iban a la escuela o eran explotados en las fábricas. Ese era nuestro país .
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Y entonces sucedió el milagro. Algunas multinacionales consideraron que este país, lleno de gente dispuesta a trabajar a destajo y a bajo precio, podía convertirse en un chollo. Se instalaron aquí y se produjo el gran desarrollo industrial que, cínicamente, quiso hacer suyo el régimen franquista, pero que en realidad obedecía a una expansión natural de las prósperas multinacionales que decidieron implantarse aquí y allá para diversificar su producción, buscar mano de obra barata y obviar los costes de las aduanas que entonces eran muy altos. Se despoblaron los campos y los pueblos y legiones enteras de familias rudas y hambrientas se trasladaron a las grandes ciudades, en las que los barrios de barracas se extendieron como una mancha de aceite. Luego surgieron las inmobiliarias y se dieron cuenta de que tanta gente, tantas familias que, a pesar de los míseros sueldos, podrían acceder a la compra de una vivienda porque trabajaban el padre, los hijos e hijas y a veces ayudaba también la madre fregando wáteres y escaleras, los podrían hacer millonarios. Y así fue. Los inmobiliarios se lanzaron frenéticamente a construir, sin miramientos de ningún tipo, arrasando bosques, montañas, tapando ríos, destruyendo patrimonio histórico, haciendo desaparecer toda belleza natural cubriéndola de indecentes construcciones hechas con materiales de bajísima calidad, sin importarles lo más mínimo la seguridad o la salud de los que serían sus habitantes. Y todo pudieron hacerlo gracias a los políticos corruptos que también se hicieron multimillonarios cobrando su parte para que los rapaces inmobiliarios pudieran obtener sus ilícitas licencias. Ni siquiera el mar se libró. Junto a él también se destrozaron parajes enteros para construir horrorosos apartamentos y hoteles para albergar a los miles de turistas que empezaban a desembarcar en nuestra tierra cada verano. También de este fenómeno quiso hacerse dueño el régimen franquista, cuando el turismo se produjo simplemente porque debido al desarrollo económico de esa Europa que entonces nos quedaba tan lejos, a los europeos les dio por viajar. Nosotros entonces solo viajábamos al pueblo o como emigrantes. Ese era nuestro país.
Y entonces sucedió el milagro. Algunas multinacionales consideraron que este país, lleno de gente dispuesta a trabajar a destajo y a bajo precio, podía convertirse en un chollo. Se instalaron aquí y se produjo el gran desarrollo industrial que, cínicamente, quiso hacer suyo el régimen franquista, pero que en realidad obedecía a una expansión natural de las prósperas multinacionales que decidieron implantarse aquí y allá para diversificar su producción, buscar mano de obra barata y obviar los costes de las aduanas que entonces eran muy altos. Se despoblaron los campos y los pueblos y legiones enteras de familias rudas y hambrientas se trasladaron a las grandes ciudades, en las que los barrios de barracas se extendieron como una mancha de aceite. Luego surgieron las inmobiliarias y se dieron cuenta de que tanta gente, tantas familias que, a pesar de los míseros sueldos, podrían acceder a la compra de una vivienda porque trabajaban el padre, los hijos e hijas y a veces ayudaba también la madre fregando wáteres y escaleras, los podrían hacer millonarios. Y así fue. Los inmobiliarios se lanzaron frenéticamente a construir, sin miramientos de ningún tipo, arrasando bosques, montañas, tapando ríos, destruyendo patrimonio histórico, haciendo desaparecer toda belleza natural cubriéndola de indecentes construcciones hechas con materiales de bajísima calidad, sin importarles lo más mínimo la seguridad o la salud de los que serían sus habitantes. Y todo pudieron hacerlo gracias a los políticos corruptos que también se hicieron multimillonarios cobrando su parte para que los rapaces inmobiliarios pudieran obtener sus ilícitas licencias. Ni siquiera el mar se libró. Junto a él también se destrozaron parajes enteros para construir horrorosos apartamentos y hoteles para albergar a los miles de turistas que empezaban a desembarcar en nuestra tierra cada verano. También de este fenómeno quiso hacerse dueño el régimen franquista, cuando el turismo se produjo simplemente porque debido al desarrollo económico de esa Europa que entonces nos quedaba tan lejos, a los europeos les dio por viajar. Nosotros entonces solo viajábamos al pueblo o como emigrantes. Ese era nuestro país.
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Y entonces empezaron a salir a la luz los sindicatos, mejor dicho el sindicato, porque por aquél entonces el único sindicato que se movía en las fábricas, aún en clandestinidad, eran las incipientes comisiones obreras, ya que los que fueron grandes sindicatos de antes de la guerra, no existían más que en el exilio. Empezaron a hablar las mujeres y a exigir lo que era suyo, el respeto y la dignidad. Aunque a las organizaciones de la izquierda les costaba hacerse a la idea porque siempre había para ellos otras prioridades que hacían que la causa femenina pasara a segundo o tercer orden, las mujeres se rebelaron. Empezaron por exigir libertad. Se acabaron las argollas. Una mujer tenía que tener derecho a disfrutar de la misma libertad que el hombre, que para eso somos seres humanos también, joder. Lucharon por el aborto libre y los medios anticonceptivos a su alcance, porque ya se sabe que una mujer que corra el peligro de quedar embarazada cada vez que folla no puede ser libre, que la maternidad, con todo lo hermosa que es, tiene que ser una decisión en libertad y no una imposición en esclavitud. Ese era nuestro país.
Y entonces empezaron a salir a la luz los sindicatos, mejor dicho el sindicato, porque por aquél entonces el único sindicato que se movía en las fábricas, aún en clandestinidad, eran las incipientes comisiones obreras, ya que los que fueron grandes sindicatos de antes de la guerra, no existían más que en el exilio. Empezaron a hablar las mujeres y a exigir lo que era suyo, el respeto y la dignidad. Aunque a las organizaciones de la izquierda les costaba hacerse a la idea porque siempre había para ellos otras prioridades que hacían que la causa femenina pasara a segundo o tercer orden, las mujeres se rebelaron. Empezaron por exigir libertad. Se acabaron las argollas. Una mujer tenía que tener derecho a disfrutar de la misma libertad que el hombre, que para eso somos seres humanos también, joder. Lucharon por el aborto libre y los medios anticonceptivos a su alcance, porque ya se sabe que una mujer que corra el peligro de quedar embarazada cada vez que folla no puede ser libre, que la maternidad, con todo lo hermosa que es, tiene que ser una decisión en libertad y no una imposición en esclavitud. Ese era nuestro país.
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Gracias al tesón de aquellos sindicalistas, muchos trabajadores empezaron a tomar conciencia y a percatarse de que eran personas y que no había derecho de que otros se hicieran ricos a su costa. Así empezaron las grandes luchas por las reivindicaciones salariales, la humanización de las jornadas y las mejoras de salubridad y seguridad en el trabajo. ¡Qué tiempos aquéllos! Qué gusto daba asistir a aquellas asambleas en las que los trabajadores defendían su derecho y su dignidad. Aquellas manifestaciones que en ocasiones fueron masivas a pesar de la ferocidad con que la policia armada las reprimía. Gracias al tesón de aquellas feministas, las mujeres impusieron sus derechos y muchas cosas cambiaron cuando Felipe González llegó a La Moncloa y empezó tímidamente a cambiar algunas leyes absurdas que recriminaban injustamente a la mujer, como la ley del adulterio, o como el reconocimiento de la dignidad de los hijos fuera del matrimonio, o como la mayoría de edad real e igualitaria para hombres y mujeres. Ese era nuestro país.
Gracias al tesón de aquellos sindicalistas, muchos trabajadores empezaron a tomar conciencia y a percatarse de que eran personas y que no había derecho de que otros se hicieran ricos a su costa. Así empezaron las grandes luchas por las reivindicaciones salariales, la humanización de las jornadas y las mejoras de salubridad y seguridad en el trabajo. ¡Qué tiempos aquéllos! Qué gusto daba asistir a aquellas asambleas en las que los trabajadores defendían su derecho y su dignidad. Aquellas manifestaciones que en ocasiones fueron masivas a pesar de la ferocidad con que la policia armada las reprimía. Gracias al tesón de aquellas feministas, las mujeres impusieron sus derechos y muchas cosas cambiaron cuando Felipe González llegó a La Moncloa y empezó tímidamente a cambiar algunas leyes absurdas que recriminaban injustamente a la mujer, como la ley del adulterio, o como el reconocimiento de la dignidad de los hijos fuera del matrimonio, o como la mayoría de edad real e igualitaria para hombres y mujeres. Ese era nuestro país.
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Y llegó la bonanza. Volvieron los sindicatos y los partidos del exilio. Se les devolvió su patrimonio. Hasta el Partido Comunista era legal, aunque debido a la hecatombe que se produjo detrás del telón de acero, la fiesta no le duró mucho. Nos convertimos en un país europeo. Llegó un momento en que casi todos los trabajadores eran propietarios. Algunos tenían incluso segunda residencia. Y coche, por supuesto. Todos pudieron enviar a sus hijos a la universidad, los que no pudieron hacerlo fue porque los hijos no quisieron ir. Los trabajadores salían de vacaciones, a Cancún, Puntacana, La Havana, Marruecos, Egipto… Qué bien se vivía entonces. Claro que había minorías bajo el umbral de la pobreza, pero ¿a quién le importaba? Con lo que les había costado llegar donde estaban, ¿por qué iban a preocuparse de ellos? Empezaron a llegar los emigrantes. Resultaban útiles porque salían muy baratos y estaban dispuestos a hacer los trabajos que nuestros trabajadores ya no querian hacer. Las viviendas se dispararon. Empezó la gran especulación. Ya no solo los feroces inmobiliarios construían para hacerse más y más ricos. También muchos trabajadores compraban para especular. La mejor inversión es el ladrillo se decían ¿desde cuando hablaban los trabajadores de inversión? De esta manera, aquellos que debieron negarse a comprar un piso que le vendian por diez o veinte veces su valor, que debieron salir a la calle como hicieran antaño y liarse a tortazos con los especuladores, callaban, compraban con la insana intención de vender y se convertían ellos mismos en especuladores también. Luego, ya montados en la noria de la ambición, se iniciaron incluso en eso de jugar en la bolsa. ¿Para qué iban a tener sus ahorros durmiendo el sueño de los justos, si podían especular en inversiones que les iban a proporcionar tantos beneficios? Ese era nuestro país.
Y llegó la bonanza. Volvieron los sindicatos y los partidos del exilio. Se les devolvió su patrimonio. Hasta el Partido Comunista era legal, aunque debido a la hecatombe que se produjo detrás del telón de acero, la fiesta no le duró mucho. Nos convertimos en un país europeo. Llegó un momento en que casi todos los trabajadores eran propietarios. Algunos tenían incluso segunda residencia. Y coche, por supuesto. Todos pudieron enviar a sus hijos a la universidad, los que no pudieron hacerlo fue porque los hijos no quisieron ir. Los trabajadores salían de vacaciones, a Cancún, Puntacana, La Havana, Marruecos, Egipto… Qué bien se vivía entonces. Claro que había minorías bajo el umbral de la pobreza, pero ¿a quién le importaba? Con lo que les había costado llegar donde estaban, ¿por qué iban a preocuparse de ellos? Empezaron a llegar los emigrantes. Resultaban útiles porque salían muy baratos y estaban dispuestos a hacer los trabajos que nuestros trabajadores ya no querian hacer. Las viviendas se dispararon. Empezó la gran especulación. Ya no solo los feroces inmobiliarios construían para hacerse más y más ricos. También muchos trabajadores compraban para especular. La mejor inversión es el ladrillo se decían ¿desde cuando hablaban los trabajadores de inversión? De esta manera, aquellos que debieron negarse a comprar un piso que le vendian por diez o veinte veces su valor, que debieron salir a la calle como hicieran antaño y liarse a tortazos con los especuladores, callaban, compraban con la insana intención de vender y se convertían ellos mismos en especuladores también. Luego, ya montados en la noria de la ambición, se iniciaron incluso en eso de jugar en la bolsa. ¿Para qué iban a tener sus ahorros durmiendo el sueño de los justos, si podían especular en inversiones que les iban a proporcionar tantos beneficios? Ese era nuestro país.
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El sueño terminó. Las grandes financieras resultaron ser un fraude y los ahorros se diluyeron como se escapa el agua entre los dedos. El país quedó lleno de pisos pendientes de vender porque las entidades bancarias ya no están para fiestas, ya no dan duros a cuatro pesetas ni fian a nadie que no tenga más que ellos. Se acabaron los viajes al extranjero porque en cada familia hay uno o más componentes en paro, y como accedimos a comprar una vivienda por un precio que sabíamos que era un robo a mano armada, pues resulta que lo que gana el único que queda todavía con trabajo se va en hipoteca. Y si no pagamos la hipoteca, aquellas entidades que nos prometieron un trato tan humano que casi parecía que fueran nuestros padres, se lavan ahora las manos y dicen que si no hay pago, no hay piso, así que volvemos a casa de papá y mamá, los más afortunados, claro. Sin piso y sin trabajo, muchos deciden volver al pueblo, pero en el pueblo tampoco hay trabajo, porque los jornaleros son ahora extranjeros contratados en el país de origen, más un ejército de almas sin papeles que merodean por los campos con la esperanza de que a alguien le falle un trabajador y puedan tener una oportunidad. Ese es nuestro país.
El sueño terminó. Las grandes financieras resultaron ser un fraude y los ahorros se diluyeron como se escapa el agua entre los dedos. El país quedó lleno de pisos pendientes de vender porque las entidades bancarias ya no están para fiestas, ya no dan duros a cuatro pesetas ni fian a nadie que no tenga más que ellos. Se acabaron los viajes al extranjero porque en cada familia hay uno o más componentes en paro, y como accedimos a comprar una vivienda por un precio que sabíamos que era un robo a mano armada, pues resulta que lo que gana el único que queda todavía con trabajo se va en hipoteca. Y si no pagamos la hipoteca, aquellas entidades que nos prometieron un trato tan humano que casi parecía que fueran nuestros padres, se lavan ahora las manos y dicen que si no hay pago, no hay piso, así que volvemos a casa de papá y mamá, los más afortunados, claro. Sin piso y sin trabajo, muchos deciden volver al pueblo, pero en el pueblo tampoco hay trabajo, porque los jornaleros son ahora extranjeros contratados en el país de origen, más un ejército de almas sin papeles que merodean por los campos con la esperanza de que a alguien le falle un trabajador y puedan tener una oportunidad. Ese es nuestro país.
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Dicen todos los expertos que el nuestro será el país al que más costará salir de la recesión porque ha basado gran parte de su economía en el ladrillo. Dice la oposición de la derecha que todo lo que está ocurriendo es culpa de Zapatero, cuando han sido ellos los principales especuladores, muchos de ellos incluso con sentencias judiciales pendientes, en el oscuro y resbaladizo imperio del ladrillo. Dicen muchos trabajadores que todo es culpa de los políticos porque todos son iguales, malos, muy malos. Y yo pregunto ¿quién es el bueno en esta película? ¿Quién puede, como dicen que dijo Cristo, lanzar la primera piedra porque está libre de pecado? ¿Por qué ahora nos parece a todos que tenemos el derecho de que nos mantengan cuando hemos perdido lo que hemos perdido, salvo en honrosas excepciones que ya se sabe que la excepción confirma la regla, porque hemos estirado el brazo más que la manga, porque nos hemos dejado embaucar por esos señores grises que no roban solo dinero sino también las conciencias? Aún no he oído a nadie decir qué puede hacer para ayudar a salir de la crisis más que al gobierno de Zapatero y al gobierno de Montilla. Que puede que se equivoquen, puede. Nadie está libre de equivocarse más que el que no hace nada. ¿Por qué no nos dejamos de lloriqueos y monsergas y arrimamos todos el hombre a ver si alguna de las medidas que se proponen puede ayudar a solucionar este desaguisado de la crisis? ¿Qué tiene Obama, a parte de ser negro y muy guapo, que no tenga Zapatero? ¿Por qué hay tanto progre por ahí a quien las palabras de Obama le parecen santas y las de Zapatero una nimiedad? ¿Es que seguimos siendo en el fondo un país acomplejado que no ha sido todavía capaz de librarse del todo del estigma del tercermundismo que sufrimos durante siglos? Este es nuestro país.
Dicen todos los expertos que el nuestro será el país al que más costará salir de la recesión porque ha basado gran parte de su economía en el ladrillo. Dice la oposición de la derecha que todo lo que está ocurriendo es culpa de Zapatero, cuando han sido ellos los principales especuladores, muchos de ellos incluso con sentencias judiciales pendientes, en el oscuro y resbaladizo imperio del ladrillo. Dicen muchos trabajadores que todo es culpa de los políticos porque todos son iguales, malos, muy malos. Y yo pregunto ¿quién es el bueno en esta película? ¿Quién puede, como dicen que dijo Cristo, lanzar la primera piedra porque está libre de pecado? ¿Por qué ahora nos parece a todos que tenemos el derecho de que nos mantengan cuando hemos perdido lo que hemos perdido, salvo en honrosas excepciones que ya se sabe que la excepción confirma la regla, porque hemos estirado el brazo más que la manga, porque nos hemos dejado embaucar por esos señores grises que no roban solo dinero sino también las conciencias? Aún no he oído a nadie decir qué puede hacer para ayudar a salir de la crisis más que al gobierno de Zapatero y al gobierno de Montilla. Que puede que se equivoquen, puede. Nadie está libre de equivocarse más que el que no hace nada. ¿Por qué no nos dejamos de lloriqueos y monsergas y arrimamos todos el hombre a ver si alguna de las medidas que se proponen puede ayudar a solucionar este desaguisado de la crisis? ¿Qué tiene Obama, a parte de ser negro y muy guapo, que no tenga Zapatero? ¿Por qué hay tanto progre por ahí a quien las palabras de Obama le parecen santas y las de Zapatero una nimiedad? ¿Es que seguimos siendo en el fondo un país acomplejado que no ha sido todavía capaz de librarse del todo del estigma del tercermundismo que sufrimos durante siglos? Este es nuestro país.
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Y ahora no nos queda más remedio que cambiarlo para sobrevivir. Escuchemos qué tienen que decir los jóvenes. Escuchemos a quienes intentan buscar soluciones y planteémonos cómo podemos colaborar a solucionar los problemas. No nos dejemos engatusar otra vez por quienes nos arrastraron a este desastre y ahora tienen el cinismo de decir que ellos solucionarían la crisis. Señores del PP, no hace falta que solucionen ninguna crisis, lo que hace falta es que dejen de producirlas.
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4 comentarios:
Lo puedes decir más fuerte pero no más claro, dices verdades como puños.
Me has hecho recordar las horas que tenían que trabajar mis padres, para poder salir adelante, para que pudiese estudiar solo un poco, me acuerdo que mi padre me decía, estudia que esta sociedad está hecha solo para los hombres, estudia que seas capaz de salir por si sola adelante, sin necesidad de ningún hombre, te cuento: mi padre era de CNT, él que lucho en la guerra y después en la clandestinidad en su puesto de trabajo, me inculcó lo que era la libertad, la democracia...., tan perdidas en aquellos tiempos.
Hace ya muchos años que no está a mi lado, pero no pasa ni un solo día que no me acuerde de él.
Yo espero que salgamos de esta crisis y que nos saquen los socialista junto con el apoyo de toda la izquierda.... pero el dinero lo tiene la derecha, la derecha que es la que nos tienen sumidos en tanta globalización para su enriquecimiento.
Muy buen post, directo y real.
Siempre estaré aquí. Un beso.
Gracias Paquita.
Tienes razón, el dinero lo tiene la derecha, pero la razón la tenemos nosotros y tenemos que defenderla.
Yo también fui de la CNT en mi juventud, luego vinieron tiempos de confusión y desperdicio de un legado mal digerido. Pero ese es otro tema que requeriría todo otro debate.
Salud compañera, cuento con que estés siempre ahí.
Un beso para ti también.
¿Que es mas poderoso en este mundo, la razón o el dinero?
Yo creo que si hicieramos una encuesta saldría ganando el dinero, por eso la derecha tiene tantos votos. Si que es verdad que los que tenemos razón, somos más, pero no sé que pasa que cuando se tiene que hacer uso de esa razón, o lo plantamos mal o lo regamos demasiado.
En cuanto al tema central del post, que yo sepa y haciendo un poco de memoria histórica, en todo el mundo la mujer ha estado siempre relegada al hombre, supeditada al hombre, sin ningún derecho. Pero en el resto de Europa y a raiz del término de la primera guerra mundial, las mujeres fueron ganando esos derechos poquito a poco.
Y aqui en España también hubiera ocurrido lo mismo si no hubiese aparecido de la nada un señor bajito, con bigote y con muy mala leche, que se le ocurrió dar un golpe de estado contra un gobierno democraticamente elegido.
Y ahí atacaron a mansalva contra todas las mujeres, quitándoles los poquitos derechos que habían ganado, obligándolas a bajar la cabeza, a depender primero del padre, luego del marido y a falta de los dos, de los hermanos, pero siempre, siempre dependiendo del hombre macho ibérico.
Recordemos la historia de "trece rosas rojas", recordemos a todas las milicianas que hubieron en este pais, recordemos a las mujeres que luchaban en sus casas por sus derechos y el de sus hijas, como la madre de Paquita, como mi abuela, como mi amatxu. Si no hubieramos tenido un gobierno franquista durante casi 40 años,otro gallo hubiera cantado adelantandose España a su tiempo en pro de los derechos igualitarios entre hombre y mujer.
Yo en cuestiones politicas no sé expresarme bien, solo se sentir y es dificil transmitir esos sentimientos en letras.
Un mágnifico post digno de tenerlo entre los favoritos y leerlo casi cada día.
Un beso
Gracias Nerim. Que personas como tú lo lean es por lo que merece la pena publicarlo.
Un beso.
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