12/11/08

Gracias por la playa


Anoche encontré, entre muchos y viejos papeles desordenados de mi larga vida, esta joya. Tenía cuatro años y no, no es que tuviera premoniciones de qué me depararía el futuro como Nostradamus, es simplemente que a mi mami le hizo gracia fotografiarme sentada en las rocas y a mí, por lo que se ve, ni pizca.

Qué entrañable es verse a una misma tan chiquitina después de tantos años. Seguramente porque soy de una época en que las fotos no eran muchas. No como ahora que cuando les haces una foto a los niños te miran como diciendo, jo, que ya me has hecho trescientas treinta y cuatro hoy...

Pues ahí me tenéis en un plácido día de playa en Castelldefels. El paraíso marítimo más asequible para los pobres de la época (las playas de Barcelona eran entonces la cloaca de las fábricas) al que llegábamos después de una odisea que, ríete tú de las aventuras de Indiana Jones. Los trenes iban abarrotados, poco menos que como los que vemos en las películas en las que sale la India. No recuerdo si os he contado ya cómo llegábamos a la playa, aunque como soy mayor, me vais a permitir que me repita en caso de que lo haya contado ya. Íbamos mi madre, mi tía (hermana de mi madre y casi una niña), mi hermana (año y medio mayor que yo) y yo, naturalmente. Cuando el tren paraba en la estación (no recuerdo cual aunque supongo que sería la del Clot), mi madre subía rápidamente abriéndose paso a codazo limpio y, una vez situada estratégicamente junto a una ventana, llamaba a su hermana pequeña que le iba pasando los bultos, incluídas mi hermana y yo, por la ventana. Luego nos dejaba a las dos niñas sentadas y corría a la puerta a ayudar a la jovencísima heroina que había logrado cumplir todas sus órdenes. Solo faltaría que después de haber logrado hacer entrar a sus niñas por la ventana, se quedara la chiquilla en tierra... A la vuelta lo mismo, aunque más difícil todavía porque el personal volvía agotado y los peques, rendidos de tanto corretear por la arena, nos dormíamos en cualquier rincón. Y, claro, los mayores no tenían más remedio que soportarnos en brazos todo el camino por temor a que fuésemos pisoteados de dejarnos en el suelo, así que pillar un asiento era algo que había que intentar todavía con más ahínco que a la ida.

Recuerdo aquellos días con mucho cariño. Creo que el hecho de que fuera tan difícil llegar a la playa es uno de los motivos que me ha llevado siempre a sentir aunténtica pasión por el mar. Por eso, si algo agradezco a la llegada de la democracia en mi ciudad de forma muy especial, es la recuperación de nuestras playas. Porque ya de jovencita, por las ventanas del tren no volví a subir para ir a la playa, pero me tuve que comer caravanas de tediosas horas en la carretera para ir y para volver. Ahora cojo mi querida bicicleta y me voy xino xano a la playa. Una gozada.

A quien corresponda:

Gracias por devolverme la playa.

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