De machacada y desesperada, de arrancarse las costras de sangre seca con uñas negras y rotas a consecuencia de los golpes, de sentir un fuego en la vagina y un asco insoportable por todo el cuerpo, tras ser violada repetida y salvajemente, de hambrienta, triste, humillada y dolorida, a persona respetable y respetada, homenajeada y saludada por las máximas autoridades del país, admirada y querida por las gentes anónimas que se estremecen al saber de su pasado y la veneran en un intento sincero de compensarle por tanto sufrimiento. Así ha sido la trayectoria de muchas mujeres de este país (de las que sobrevivieron porque otras muchas no pudieron ni siquiera contarlo), que no cometieron más crimen o pecado que intentar ayudar a quienes seguían luchando por defender la dignidad de sus pueblos sometidos, por ser madres, compañeras, esposas, hijas, hermanas de combatientes, o combatientes ellas mismas por la defensa de un sistema legalmente constituido, gestionado por gobernantes elegidos por sufragio universal, que fue aplastado por las hordas pseudofascistas que invadieron su propio país arrasándolo a sangre y fuego en nombre de Dios. Y todavía hay quien dice que aquí no ha cambiado nada.
Sigo dándole vueltas al huracán político que nos envuelve y esta es una de las razones importantes que se me ocurren para reafirmar mi convicción de que hay que seguir defendiendo la democracia, por defectos que tenga, y hay que seguir votando izquierda, por errores que cometan. Vale más tener que pedirles cuentas a los gobernantes que tener que huír al exilio para salvar la vida o perderla definitivamente. ¿Quiere eso decir que tenemos que conformarnos con lo que hay? NO. Quiere decir que no podemos cruzarnos de brazos y pasar de todo. Es nuestra responsabilidad y es nuestro derecho participar en la vida política y exigir a quienes ya lo hacen que lo hagan con el máximo rigor y la máxima honestidad y lealtad. Y no digo que no lo hagan. Habrá los que sí y habrá los que no. Lo que digo es que es nuestra obligación estar vigilante porque la libertad no se regala, se conquista. Así que vamos a dejarnos de estúpidos y lánguidos quejidos de desencanto y vamos a tomar las riendas de nuestra vida. Hay que ir a votar y hay que vigilar a quienes votemos para que cumplan con sus compromisos. Si no somos capaces de hacerlo ¿cómo podemos quejarnos cuando las cosas no salen bien? No rompamos los puentes con el pasado que tampoco está tan lejos aún. Hay que seguir adelante, sí, pero sin olvidar nunca de dónde venimos, no vaya a ser que nos despistemos y acabemos dando la vuelta sin querer.
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