Por primera vez en mi vida me siento cansada. Y lo que más me entristece es que a veces, solo a veces, afortunadamente, me sorprendo a mi misma dando la razón a la derecha. Son lapsus que duran poco. Enseguida recupero la cordura y me doy cuenta de que a lo largo de mi vida me he equivocado muchas veces, pero ninguna fue al considerar a la derecha un atajo de oportunistas dispuestos a todo por conservar los privilegios de las minorías poderosas. Aunque lo más triste es que siempre logran sus objetivos gracias a la colaboración de las mayorías que suelen ser temerosas de Dios, del amo, de la "autoridad", o simplemente codiciosas de alimentar la esperanza de ocupar un día el lugar del tirano. Antiguamente la colaboración de las mayorías desheredadas pasaba por la desesperación del hambre que les hacía suficientemente vulnerables para estar dispuestos a lo que mandaran los "nobles". Hoy día pasa por el temor a perder pequeñas propiedades con las que les han engañado las últimas generaciones, que hace que estén dispuestos a votar a quien más "seguridad económica" les jure o prometa. Y esa actitud nos está devolviendo a los orígenes. Pronto volverá a ser el hambre el que nos empuje a ponernos al servicio de quien nos eche unas migajas. Y mientras tanto el bienestar social al que hemos creido tener derecho toda la buena ciudadanía de los paises desarrollados (no olvidemos que las tres cuartas partes de los habitantes de la tierra nunca lo conocieron), se hunde irremediablemente, frente a los políticos desorientados y/o sin escrúpulos, a los especuladores chupasangres que no paran de provocar alerta y caos para seguir amasando fortunas, y a los indignados que quemamos energías dando bandazos como pollo sin cabeza, en lugar de plantearnos seriamente qué hacer, como se lo plantearon nuestros recientes antepasados cuando crearon los partidos políticos de izquierdas y los sindicatos, de los que los revolucionarios postmodernos opinan que no sirven para nada y no les falta razón. Sí, es cierto, no sirven. Pero no sirven porque la mayoría de los dirigentes de los partidos políticos de izquierdas ya no son los tipografistas que los fundaron y los sindicatos están vacíos de gente y contenidos porque hubo un tiempo, no muy lejano, en el que los obreros desaparecieron y en su lugar aparecieron propietarios de pisos con precios especultivos, algunos comprados para volver a especular, de cobradores de subsidios profesionales, otorgados sin ton ni son para la compra de votos, e incluso hubieron quienes se decidieron a comprar matildes y otras lindezas para jugar a la bolsa como los ricos potentados a quienes, en lugar de despreciar que debiera ser lo natural, no dejaron nunca de envidiar, potentados que acechaban a la sombra como hombre lobo dispuesto a hincarles el diente. Y la falta de inteligencia que demostramos para evitar que vuelvan a ganar los que nunca pierden, es la que nos está arrastrando al lodo espeso que nos ata los pies y nos nubla las ideas.
Nuestros antepasados también se planteraon que lo que hasta entonces tenían no les servía. Por eso inventaron lo que inventaron y muchos estuvieron dispuestos incluso a dar la vida, o simplemente se la arrebataron sin que tuvieran tiempo a plantearse si estaban dispuestos a jugársela. Inventaron lo que inventaron, con tesón, con disciplina, con fuerza de voluntad y con visión de futuro. Y les sirvió, ya lo creo que les sirvió. Ahora ya no sirve, bueno pues ¿a qué esperamos para inventar alternativas que sirvan? Mejor dicho ¿a qué espera la juventud? Porque yo, como he dicho al principio, ya estoy cansada. Son muchos años de pregonar en el desierto y creo tener una edad para empezar a plantearme un descanso. No tirar la toalla, que tampoco estoy tan desesperada, pero sí apaciguar el ritmo de mis ideas que no dejan de estrellarse una y otra vez contra las paredes de cristal como una mariposa de luz dentro de una bombilla. Sobre todo cuando discuto con jóvenes de entre treinta y cuarenta años que me salen con planteamientos de eterna adolescencia, de rehuír compromisos y esparcir culpas a diestro y siniestro sin asumir parte alguna, sintiéndose merecedores de muchos derechos y en absoluto deudores de obligación alguna.
Me dicen unos amigos, en un sano intento de animarme, cosa que agradezco con mucho cariño, que los grandes logros del movimiento 15M son la capacidad de convocatoria y evitar desalojos por impago de hipotecas ¿? Yo también me animo a mí misma con noticias como esas, tratando de ver en ello el principio de un gran movimiento social que sabe a dónde va. Sin embargo, cuando se me pasa la euforia y la realidad me vuelve a poner los pies en el suelo, pienso. Las convocatorias, si solo quedan en eso, no difieren mucho de las concentraciones cristianas ante una visita del papa. Mucha gente, muchos gritos, mucho colorido, mucha sonrisas cómplices y abrazos y al final, adiós y hasta la próxima. Evitar los desalojos está muy bien… si fuese real. Lo logras en el primer intento que los pillas en cueros, pero al segundo intento la finca en cuestión amanece completamente blindada por los cuerpos de élite antidisturbios y los indignados no logran otra cosa que no sea un par de garrotazos y salir en los periódicos. Al día siguiente, cualquier catástrofe natural, conflicto bélico o derrumbe de las bolsas les arranca el protagonismo y pasan a ser una noticia residual ¿Qué hacer para evitarlo? ¡Y yo qué sé! ¿Talvez habría que plantearse la necesidad de organizarse en serio y asumir compromisos que, sin ser tan guays, serían más prácticos y posibilistas? ¿O quizás sería suficiente con entrar a militar en masa en los partidos de izquierdas y los sindicatos y obligarles a girar a la izquierda de la que nunca debieron salir? Renovar todos los cargos y plantear muy seriamente la imperiosa necesidad de que estos partidos y estos sindicatos vuelvan a ser lo que fueron, aglutinadores de las gentes desfavorecidas para luchar contra los explotadores tiranos y sin escrúpulos, sean "nobles", oligarcas, banqueros, especuladores en general… Claro que a lo mejor eso no mola porque no es fashion y porque requiere estar dispuestos a comprometerse de verdad.
En fin… aunque es verdad que estoy muy cansada, sigo esperando a ver si a alguien se le ocurre alguna idea seria a la que poder unirse.
Ay, querida Morla, acabaré hablando en plural como tú.
Así tendremos a alguien que nos escuche.
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